
Teatro La Memoria:
MADAME DE SADE: EL SADISMO TEATRAL
Por Elinor Trebilcock, Asignatura Periodismo de Espectáculos, Profesora Clarita Tapia. Enero de 2008
Una mujer voluptuosa acaricia, con fervor, su cuerpo sobre una cama ubicada al costado lateral del escenario en la sala del Teatro La Memoria. Sentadas de frente a los espectadores, están dos mujeres de traje verde-agua. Un poco más atrás, en un rincón oscuro de la escenografía ambientada con poca delicadeza y vasta austeridad, según la clase social de los personajes en Madame de Sade, escrita por Yukio Mishima, se ven dos sirvientas mirando al suelo. Cinco velas encendidas sobre una mesa y cinco actrices esperan, imbuidas en sus personajes, a que los espectadores se ubiquen en sus asientos para dar vida a esta obra dirigida por Marcelo Alonso y basada en una adaptación de Rodrigo Pérez.
Mishima dejó de lado, en este texto, la vida del aristócrata más erótico, liberal y hedónico que haya tenido la historia. Indagó, en cambio, sobre las nefastas influencias de este marqués en su mujer. Fue así como el escritor y dramaturgo japonés se concentró en la figura de Madame de Sade y en las mujeres de su entorno, para dar vida a esta obra que pone en escena a ocho actrices y un actor.
Una mujer voluptuosa acaricia, con fervor, su cuerpo sobre una cama ubicada al costado lateral del escenario en la sala del Teatro La Memoria. Sentadas de frente a los espectadores, están dos mujeres de traje verde-agua. Un poco más atrás, en un rincón oscuro de la escenografía ambientada con poca delicadeza y vasta austeridad, según la clase social de los personajes en Madame de Sade, escrita por Yukio Mishima, se ven dos sirvientas mirando al suelo. Cinco velas encendidas sobre una mesa y cinco actrices esperan, imbuidas en sus personajes, a que los espectadores se ubiquen en sus asientos para dar vida a esta obra dirigida por Marcelo Alonso y basada en una adaptación de Rodrigo Pérez.
Mishima dejó de lado, en este texto, la vida del aristócrata más erótico, liberal y hedónico que haya tenido la historia. Indagó, en cambio, sobre las nefastas influencias de este marqués en su mujer. Fue así como el escritor y dramaturgo japonés se concentró en la figura de Madame de Sade y en las mujeres de su entorno, para dar vida a esta obra que pone en escena a ocho actrices y un actor.
El proyecto teatral de Alonso es la última puesta en escena del Seminario de Actuación que se dictó en el Centro de Investigación Teatral La Memoria durante dos años. En el curso participaron Patricia López, Fernanda Urrejola, Emilia Noguera, Francisca Eyzaguirre (Casa de Remolienda), Bárbara Ruiz-Tagle, Pablo Suárez, Priscilla Guerra, Paola Castro y Natalia Aragonese; los mismos que dieron vida a esta obra que plantea la profunda contradicción entre una vida consagrada a la religión y un existir sin límites en el pecado.


Patty López sorprende como Madame de Montreuil, la madre estrafalaria y sensual de Renee Pelagie, la Marquesa de Sade. “Hoy debería ser un día feliz. Mis dos hijas están en casa nuevamente. Pero, tu hermana (refiriéndose a Renee y enrostrándole a su hija menor) está enferma de melancolía”.
Un momento que logra calar los huesos de aquellos asistentes más sensibles. Su voz y expresión nostálgica y desesperanzada, se contradice a la perfección con una madre que ha sido más bien cruel con sus hijas. Madame de Montreuil supo, desde un principio, que su yerno se aventuraba con amantes y prostitutas, aún estando casado con su hija. Reconoce haber sido víctima también de los galanteos de Sade.
La Marquesa de Sade es interpretada por Francisca Eyzaguirre, conmueve cómo la frialdad y el dolor de su personaje se conjuga con su histrionismo natural. Impávida, distante, sumada en la tristeza que le provoca las múltiples infidelidades de su marido y su reciente detención por la policía (Sade estuvo preso por 29 años, allí escribiría sus obras) va entrando en un estado de intensa enajenación.
Un instante, bonito visual y actoralmente, es cuando Renee se deshace de sus collares de perlas y éstas ruedan por el suelo ante su mirada estupefacta que congela los ánimos de cualquiera. Otro cuadro bien logrado, es cuando Renee devora una sandía tal como si fuese el corazón recién extraído de una víctima. Una alusión a la vampiresca esencia de Sade, siempre tan acostumbrado a orgías y rituales macabros.
El lesbianismo está presente en esta obra. Aunque de manera sutil, llama la atención el trato carnal que tienen madre e hija, cuyos besos y toqueteos salen de lo normal para una sociedad tradicional. Un detalle, por supuesto, intencional debido a la cualidad del “sadismo”, donde impera la seducción del mal, la liberación de las convenciones y la perversión sexual.
Fernanda Urrejola se ve bella en escena. Su personaje es simple y concreto. Emilia Noguera, en tanto, recrea un original personaje como la sirvienta “tonta” que está sumida en la ingenuidad y estupidez humana. El reiterativo acto de tocarse los genitales en público de esta sirvienta, recuerda que se está presente en una casa por donde ya pasó, dejando huellas, el hombre que nunca le tuvo miedo a la religión, la moral y las leyes.
La hija de Héctor Noguera desarrolla un personaje simpático e inocente que sale de la turbulencia mental de las demás mujeres. Logra encender risas entre los espectadores y ser un buen enlace entre el mutismo de Madame de Sade y el entorno familiar. Es la única que logra descifrar lo que Renee quiere decir. Entre las dos se logra un atractivo cuadro cuando la marquesa está sentada sola, bordando con manos temblorosas, y la criada va traduciendo cada uno de sus pensamientos.
Ver esta obra es reencontrarse con un mundo femenino que se trabajó desde las esferas más subterráneas de la existencia humana. El deseo, la pasión, la traición, deslealtad, la desolación; etc….conjugan de manera eficaz con la representación de un mundo que avanza sobrecargado de hipocresías. Esta historia refleja una realidad conocida. Esa, donde las “máscaras” suelen prevalecer sobre la verdad y el “doble Standard” se usa como el método más seguro para quedar bien ante los demás.
Esta obra de teatro, dirigida por Marcelo Alonso, logra encantar y desenmascarar a la perfección cada uno de los personajes. Pero, eso sí, es necesario advertir que el producto final resultaría mucho más efectista y sabroso teatralmente, si algunos de los textos y diálogos, fueran más breves y precisos. La idea debería ser “ir al meollo” del asunto, sin recovecos ni manoseos previos, tal como le gustaba al Marqués de Sade.